Un día Pimiento Valiente conoció una mujer y entonces todo cambió.
Por primera vez en su vida Clementina llegaba temprano (esta vez necesitaba el trabajo), olía a flores moradas y su maleta rosada estaba muy sucia. Fueron los primeros pensamientos de Pimiento al verla entrar al estudio casi corriendo a encontrarse con su amigo el director.
Durante las primeras horas del día notó que era una mujer un poco extraña y demasiado torpe, pues a lo que llevaba en el lugar se tropezó al menos con cinco cosas bastante obvias. Lo que también fue obvio era su belleza, cualquiera podría notarla con sólo una mirada, pero en el fondo sentía que había algo que escondía tras su misterioso encanto.
Mi parte favorita del día fue cuando se quedó mirándome, con esos ojos grandes, tomándose el tiempo para detallarme y quizás nunca olvidarme. O al menos eso pensaba. Pues cuando eso ocurrió sus ojos cambiaron y pusieron una mirada extraña, almendrada, como si estuvieran observando el mar, y sólo me daban ganas de seguir mirándola y no hacer nada más.
Más tarde me preguntó que cómo me llamaba, pero en ese entonces sus ojos no me miraban como me gustaba, entonces le dije un nombre feo y raro “Pimiento Valiente”. Y se rió. Y su mirada se puso almendrada otra vez. Y me gustó. Y me reí también.
Seguí trabajando, pero como le dije mentiras antes, duró un buen rato molestándome para que le dijera mi nombre de verdad. Me decía que era injusto, porque yo sí me sabía el nombre de ella. Igualmente no se lo dije. Yo quería que me siguiera preguntando, que nunca me dejara de ver con la mirada que me transportaba al mar, al mediterráneo con esos ojos gigantes que tenía.
Lo triste fue que el día terminó y ella se despidió envolviéndome con esos ojos en un viaje del que no regreso hasta el día de hoy.
Bogotá - 14 de junio de 2018.
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